viernes, 6 de abril de 2012

Comida que tortura


        Una vida entera y su único propósito: comer. Cada día debía comer una sola cosa. Toda ella de una manera continua durante 23 horas y media…y su ultima media hora del día era su pausa. Su pausa para intentar vivir. Cada día a primera hora se le presentaba deliciosa comida, esa que para muchos serían un manjar que se comería una sola vez en la vida o aquella que era común en algunas regiones del mundo pero que siempre era un placer probarla, y a él ya le aborrecía. Hoy era el primer día del tercer mes del año, primera hora. Llegaba el mesero presentando un pequeño plato con dos molletes, y en ese momento llegó a su mente esa sensación de satisfacción. Creía que esto terminaría aquí. Ya estaba acostumbrado a iniciar con cantidades inconmensurables y hoy, por alguna extraña razón, empezaba con una cantidad decente para los seres humanos, solamente dos molletes.        Pronto, en pocos segundos, terminó de comer sus dos molletes. Pero hoy decidió no hacer sonar la campana, esa que se veía obligado a utilizar para avisar que ya había terminado su plato. Y a los pocos segundos, de esta errada decisión, la puerta de la cocina se abrió de par en par. Una extraña maquina asomó un cañón. Y a la vez unas grandes pinzas bajaron desde el techo y obligaron al hombre a abrir su boca, cd un tamaño que parecía imposible para cualquier ser humano, su apariencia se había vuelto monstruoso e inhumana. Cerró los ojos debido al temor que le ocasionaba el encontrarse en esa escena. Y de pronto escuchó un estruendo, como el que crea un arma de fuego al ser tirada del gatillo. Y a los pocos segundos sintió que algo entraba en su boca a una gran velocidad, forzándolo a tragar de manera instantánea. Decidió abrir los ojos y se dio cuenta de que la maquina estaba disparando comida en dirección a su boca. La maquina disparaba: chilaquiles, spaghetti, pizza, hamburguesa, tacos, cochinita pibil, hot dog, sushi, surimi, salmón, coctel de camarones, mole, pollo rostizado, pavo, relleno de pavo, chiles rellenos, puré de papa, atún, ensalada de papa y ensalada de frutas. Todo, en una mezcla y orden bien calculado que hacían del sufrimiento del hombre más doloroso de lo que debería ser, todo fue continuo hasta el 31 de diciembre. Ese día la maquina se detuvo y una manguera que parecía ser controlada a presión, apareció. Comenzó a disparar agua, limonada y coca cola. Todo a la vez en una extraña mezcla con un sabor terrible al paladar.        Con el paladar arruinado, papilas gustativas desgastadas y el gran cansancio de comer y comer sin parar. El hombre se había dado cuenta de que ese día en el que decidió no hacer sonar la pequeña campana, había sido el día en el que ocurriría lo impensable. Empeorar esa tortura a la que había sido condenado sin conocer la razón. Al terminar ese ultimo día del año el hombre se desvaneció, no había podido soportar. Y ese día se liberó, su castigo termina aquí. Había muerto.
        Con el paladar arruinado, papilas gustativas desgastadas y el gran cansancio de comer y comer sin parar. El hombre se había dado cuenta de que ese día en el que decidió no hacer sonar la pequeña campana, había sido el día en el que ocurriría lo impensable. Empeorar esa tortura a la que había sido condenado sin conocer la razón. Al terminar ese ultimo día del año el hombre se desvaneció, no había podido soportar. Y ese día se liberó, su castigo termina aquí. Había muerto.


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