Mohammed en el asiento de pasajero del
Chevrolet Impala 1956 de su tío Martin. Sangre se derrama de su cabeza, abre
ligeramente los ojos y observa el frente de aquel clásico y bello auto
totalmente destruido y la bolsa de aire desinflada pegada a su torso. Poco a
poco recuperaba la consciencia y se daba cuenta que este parecía ser el fin de
su viaje al que había emprendido una semana atrás, el día de su cumpleaños
numero veintidós.
Había decidido viajar a La Habana a
visitar a su tío y a sus amigos de la infancia. Estuvo durante todas las
vacaciones de invierno esperando este viaje, porque podría volver a ver a quien
lo había criado tras la muerte de sus padres. Lo extrañaba mucho, al igual que
ese ambiente de la bella Cuba. Ya habían pasado siete años desde su ultima
visita a la bella isla caribeña.
Su tío Martin Casares, un hombre moreno
con un ancho bigote negro y una sonrisa imborrable que le daba una apariencia
simpática. Era un hombre alegre; amigo de todos. Y cuando su sobrino favorito,
Mohammed anunció su visita, alertó a todos los amigos para que se preparan a
recibirlo. Al llegar Mohammed todos sus amigos lo recibieron con alegría y lo
llevaron a casa de su tío. Esa primera noche lo festejaron con una gran fiesta
con música típica y bebidas para alegrar el ambiente.
Que buen día fue aquel primero del viaje,
pensaba Mohammed. Mientras veía a los paramédicos tratando a su tío Martin en
una camilla a la orilla del auto. Al ver el rostro de uno de los paramédicos,
Mohammed lo reconoció rápidamente. Lo había visto en el tercer día del viaje
cuando Yanela y Mohammed paseaban por la playa, y el joven paramédico jugaba
con algunos niños cerca de ahí. Lo recordaba como un tipo amigable. Una buena
persona, así son todos aquí, pensaba Mohammed.
Volteaba hacia todos lados buscando
encontrar con la mirada a alguien que lo pudiera consolar. Veía como los
paramédicos trataban rápidamente a su tío, eran muy buenos. Luego voltea la
mirada a la derecha, ahí estaba ella, Yanela. Una joven de su edad de la cual
Mohammed había estado enamorado desde hace muchos años. A pesar de los
excelentes paramédicos cubanos, para poca fortuna de Mohammed, los rescatistas
no eran muy buenos y cuando enterraron las pinzas en la puerta del auto para
forzarla hasta que abriera, una parte de las pinzas se clavo en su pierna, y al
momento de abrirse le desgarraba la pierna.
Mohammed no gritaba estaba tranquilo, con
una ligera sonrisa dibujada en su rostro. Sabía que iba a morir, pero lo hacía
feliz porque lo hacía contemplando la belleza de Yanela. Su pierna se partió en
dos; se desangraba. Mientras el dolor estaba presente en su mente, Mohammed no
lo expresaba. Solamente observaba a su alrededor. Veía a su tío ser atendido
por los paramédicos, a Yanela llorando al ver a su amigo sufrir, al hombre de
la camioneta con la cual había chocado lamentándose por lo sucedido y a los
rescatistas tratando de salvarle la vida. Y hasta aquí llegaba su viaje de
veintidós años de edad, a medio camino de la vida; de su regalo. Aquí acababa
todo para Mohammed. Ahora ya no podría recibir su regalo, aquella casa en la
playa que pertenecía a su tío. Donde planeaba proponerle matrimonio a la bella
Yanela. Donde podría continuar su feliz vida. Ya nada de esto iba a poder
suceder. Ahora todo quedaría abandonado; la casa en la playa, la habitación en
casa del tío Martin, el asiento de pasajero del Impala y ese lugar en la cama
junto a Yanela. La luz se transforma en oscuridad, la oscuridad en luz, la
alegría en tristeza, la tristeza en alegría y la vida en muerte.