A
veces nos vemos rodeados de claro y otras de un obscuro tenue que a la vista no
se percibe, pero se siente.
El
claro es aquel que aparece en formas que nos brindan sensaciones de éxtasis. La
luz de la luna mientras caminamos por la avenida o el olor de lluvia cuando nuestra
ventana regolpetea el interior de nuestra habitación. Claro aquel instante que
nace la risa y las miradas de los enamorados desconocidos se cruzan.
El
obscuro es aquel que encontramos en el calor incesante de julio en Monterrey o el
chillar de las aves por los humos de una vida triste y recta. Obscuro cuando
nace la primera lágrima por una desesperación ajena.
Pero,
¿Cuál es mi claro? Y ¿Cuál mi obscuro?
Mi
claro es cuando te miro. Cada día que pases delante de mí por los pasillos de
la universidad, siempre tan alegre regalándole el brillo de tu sonrisa a
aquellos que te conocen. Yo a lo lejos te contemplo y admiro, pero no te
conozco. Mi obscuro, no conocerte, porque a lo lejos vas y yo me quedo. Cuando
me pierdo buscando razones para llamarte y saludarte.
Mi
claro es escribirte para que me conozcas sin que te hable. Hacerte sentir que
eres la alegría de una vida que desconoces y que desde hace tiempo te ha cruzado
mirada. Y no, no te busco a diario pero siempre nos encontramos; siempre luces
así, como radiante flor y dulce estrella, hermosa pero distinta y siempre tan distante
de mi…ese es mi obscuro. No saber si me lees y conoces de donde provienen estas
palabras y estos recuerdos. Que puedas pensar que te busco como un enfermo.
Pero mi obsesión por ti es distinta y distante. Sé que quizá nunca nos crucemos
y jamás sepa tu nombre y viceversa. Probablemente se quede en aquello, un
intercambio espontaneo de miradas y una sonrisa cordial porque ya reconocemos nuestras
caras. Quizá nunca escuche tu voz ni tú la mía, quizá algún día te deje de
escribir y tú nunca leerás tus letras.
Porque
somos eso: un claro espontaneo y un obscuro tan tenue que no se percibe, pero
se siente.