Viviendo aquí en este hermoso atardecer
de verano que parecía no tener fin. Sabiendo que aquel era el escenario
perfecto. Sentado en la arena de una pacifica playa de una isla perdida en el
mar del Caribe. Jamás había escuchado hablar de ella, no aparecía en ninguno de
los mapas conocidos pero hoy aquí me encontraba. Miraba la puesta del sol y a
tres cangrejos recorriendo rápidamente la arena a mis pies. Era en este preciso
momento del día en el que no me importaba el choque del avión, aquel que había
abordado el día tercero del mes tercero del año dos mil tres. Se había
derrumbado tras fallas en el cuarto motor. No se conocía que había provocado
dichos problemas. Y todos, menos tres de los pasajeros, murieron en el momento
del impacto. Aun recordaba a los otros dos sobrevivientes a la perfección. Un
joven estudiante alemán de veintitrés años de edad que iniciaba sus vacaciones
y una mujer de alrededor de cuarenta y tres años que viajaba en busca de
encontrar a su tercer marido.
A la cuarta hora de estadía en la isla,
la mujer murió. Sólo quedamos el joven alemán de veintitrés años y yo, un
hombre de treinta y tres años que viajaba con su esposa tras haber tomado
nuestro tercer año sabático. Al tercer día ya no encontrábamos más provisiones
en las áreas cercanas, por lo que el joven alemán se decidió a ir de cacería.
En tres horas trajo tres jabalíes. Y hacia la cuarta hora no regresó. Dos horas
después lo encontré muerto en una cueva de oso, aunque no había visto al
animal, vi unas huellas. Por lo que pronto decidí alejarme de la zona con mucha
cautela. Pasaron los primeros dos meses, y ninguno de los dos aviones que vi
pasar me dio auxilio. Eran aviones de dos motores. Por lo que cada tarde, por
no tener nada mejor que hacer, me sentaba en la playa a observar la puesta del
sol, que escenario tan bello aquel. Tras haber transcurrido los últimos tres
días del tercer mes de naufragio ya me había decidido a no abandonar ese
hermoso lugar. Aunque extrañaba mi mundo, a mis amigos, mis hijos y mi trabajo.
Ya consideraba que toda oportunidad de rescate estaba perdida.
Pero el tercer da del tercer mes de mi
naufragio. Observando aquella bella puesta del sol, una avioneta de un motor
pasó por encima de mi. Disparé mi ultima bengala, sin animo de ser rescatado
porque sabía que no me vería. Pero aquel da me llevé una gran sorpresa. La
avioneta bajó y me rescató. Tres meses, tres días y tres horas después de haber
sido rescatado regresé a casa. Y en cuanto entré a mi hogar al ver a mis tres
hermosos hijos y recordar mis tres momentos favoritos de mi vida. Solamente
conseguí suspirar tres veces para volver, por tercera vez, a mi vida normal; mi
vida feliz. Pensando día con día, cada hora, cada minuto, cada segundo en tres…