viernes, 6 de abril de 2012

Me and you....

Me behind the wall of your room. Whispering. Trying to hear your voice. Trying to whisper into your ear. You singing along with your favorite song. Watching the rain through the window. Ignoring my presence behind the wall of your room. Me trying to open your door. Making no noise. Touching the doorknob. Breathing and hearing your breathe. Knowing I'm almost there. Almost by your side. You breathing with rhythm. Trying to keep pace with the song, but it has already ended. Now you hear a noise behind the door. You wait for me. Fixing your eyes in the door. Trying to unlock it for me with your look. Me opening the door. Rushing into the room. Just to see you are not there. Because behing the wall of your room and the door. Because your singing and breathing. All they belong to the past. Me crying. Seeing my tears falling. Because I know I am late. And you are not there for me anymore...

Comida que tortura


        Una vida entera y su único propósito: comer. Cada día debía comer una sola cosa. Toda ella de una manera continua durante 23 horas y media…y su ultima media hora del día era su pausa. Su pausa para intentar vivir. Cada día a primera hora se le presentaba deliciosa comida, esa que para muchos serían un manjar que se comería una sola vez en la vida o aquella que era común en algunas regiones del mundo pero que siempre era un placer probarla, y a él ya le aborrecía. Hoy era el primer día del tercer mes del año, primera hora. Llegaba el mesero presentando un pequeño plato con dos molletes, y en ese momento llegó a su mente esa sensación de satisfacción. Creía que esto terminaría aquí. Ya estaba acostumbrado a iniciar con cantidades inconmensurables y hoy, por alguna extraña razón, empezaba con una cantidad decente para los seres humanos, solamente dos molletes.        Pronto, en pocos segundos, terminó de comer sus dos molletes. Pero hoy decidió no hacer sonar la campana, esa que se veía obligado a utilizar para avisar que ya había terminado su plato. Y a los pocos segundos, de esta errada decisión, la puerta de la cocina se abrió de par en par. Una extraña maquina asomó un cañón. Y a la vez unas grandes pinzas bajaron desde el techo y obligaron al hombre a abrir su boca, cd un tamaño que parecía imposible para cualquier ser humano, su apariencia se había vuelto monstruoso e inhumana. Cerró los ojos debido al temor que le ocasionaba el encontrarse en esa escena. Y de pronto escuchó un estruendo, como el que crea un arma de fuego al ser tirada del gatillo. Y a los pocos segundos sintió que algo entraba en su boca a una gran velocidad, forzándolo a tragar de manera instantánea. Decidió abrir los ojos y se dio cuenta de que la maquina estaba disparando comida en dirección a su boca. La maquina disparaba: chilaquiles, spaghetti, pizza, hamburguesa, tacos, cochinita pibil, hot dog, sushi, surimi, salmón, coctel de camarones, mole, pollo rostizado, pavo, relleno de pavo, chiles rellenos, puré de papa, atún, ensalada de papa y ensalada de frutas. Todo, en una mezcla y orden bien calculado que hacían del sufrimiento del hombre más doloroso de lo que debería ser, todo fue continuo hasta el 31 de diciembre. Ese día la maquina se detuvo y una manguera que parecía ser controlada a presión, apareció. Comenzó a disparar agua, limonada y coca cola. Todo a la vez en una extraña mezcla con un sabor terrible al paladar.        Con el paladar arruinado, papilas gustativas desgastadas y el gran cansancio de comer y comer sin parar. El hombre se había dado cuenta de que ese día en el que decidió no hacer sonar la pequeña campana, había sido el día en el que ocurriría lo impensable. Empeorar esa tortura a la que había sido condenado sin conocer la razón. Al terminar ese ultimo día del año el hombre se desvaneció, no había podido soportar. Y ese día se liberó, su castigo termina aquí. Había muerto.
        Con el paladar arruinado, papilas gustativas desgastadas y el gran cansancio de comer y comer sin parar. El hombre se había dado cuenta de que ese día en el que decidió no hacer sonar la pequeña campana, había sido el día en el que ocurriría lo impensable. Empeorar esa tortura a la que había sido condenado sin conocer la razón. Al terminar ese ultimo día del año el hombre se desvaneció, no había podido soportar. Y ese día se liberó, su castigo termina aquí. Había muerto.


jueves, 5 de abril de 2012

Tres


Viviendo aquí en este hermoso atardecer de verano que parecía no tener fin. Sabiendo que aquel era el escenario perfecto. Sentado en la arena de una pacifica playa de una isla perdida en el mar del Caribe. Jamás había escuchado hablar de ella, no aparecía en ninguno de los mapas conocidos pero hoy aquí me encontraba. Miraba la puesta del sol y a tres cangrejos recorriendo rápidamente la arena a mis pies. Era en este preciso momento del día en el que no me importaba el choque del avión, aquel que había abordado el día tercero del mes tercero del año dos mil tres. Se había derrumbado tras fallas en el cuarto motor. No se conocía que había provocado dichos problemas. Y todos, menos tres de los pasajeros, murieron en el momento del impacto. Aun recordaba a los otros dos sobrevivientes a la perfección. Un joven estudiante alemán de veintitrés años de edad que iniciaba sus vacaciones y una mujer de alrededor de cuarenta y tres años que viajaba en busca de encontrar a su tercer marido.

A la cuarta hora de estadía en la isla, la mujer murió. Sólo quedamos el joven alemán de veintitrés años y yo, un hombre de treinta y tres años que viajaba con su esposa tras haber tomado nuestro tercer año sabático. Al tercer día ya no encontrábamos más provisiones en las áreas cercanas, por lo que el joven alemán se decidió a ir de cacería. En tres horas trajo tres jabalíes. Y hacia la cuarta hora no regresó. Dos horas después lo encontré muerto en una cueva de oso, aunque no había visto al animal, vi unas huellas. Por lo que pronto decidí alejarme de la zona con mucha cautela. Pasaron los primeros dos meses, y ninguno de los dos aviones que vi pasar me dio auxilio. Eran aviones de dos motores. Por lo que cada tarde, por no tener nada mejor que hacer, me sentaba en la playa a observar la puesta del sol, que escenario tan bello aquel. Tras haber transcurrido los últimos tres días del tercer mes de naufragio ya me había decidido a no abandonar ese hermoso lugar. Aunque extrañaba mi mundo, a mis amigos, mis hijos y mi trabajo. Ya consideraba que toda oportunidad de rescate estaba perdida.

Pero el tercer da del tercer mes de mi naufragio. Observando aquella bella puesta del sol, una avioneta de un motor pasó por encima de mi. Disparé mi ultima bengala, sin animo de ser rescatado porque sabía que no me vería. Pero aquel da me llevé una gran sorpresa. La avioneta bajó y me rescató. Tres meses, tres días y tres horas después de haber sido rescatado regresé a casa. Y en cuanto entré a mi hogar al ver a mis tres hermosos hijos y recordar mis tres momentos favoritos de mi vida. Solamente conseguí suspirar tres veces para volver, por tercera vez, a mi vida normal; mi vida feliz. Pensando día con día, cada hora, cada minuto, cada segundo en tres…